nadie levita

" Es así: yo soy capaz de hacer feliz a cualquier hombre. El problema está en que ELLOS son incapaces de hacerme feliz a M�."

Victoria D.

amiga de un amigo.

Estuve un tiempo sumida en la ignorancia por decisión propia. Dejé la facultad un tiempo y rocé la incultura por unos meses.
Una etapa de pensamientos torpes y de vacíos intelectuales. Nada que doliera.

Después de meses alejada del mundanal ruido académico retorné a la lectura.

Ahora mi lectura es como era antes. Antes del dogma universitario.

La lectura casta y sensual. La que se ofrece a sorbos.

Recobré la lectura bronquial. La que se va engendrando conmigo.

Ya me había olvidado cómo el libro se me aferraba al dedo mientras dormía en mi mano.

Y sí. Me pasó lo que me pasa siempre.

Mi destino podría cambiar un poco la cantinela porque estoy aburriendo.

Hoy asistí al acto del colegio de mis sobrinos. Es uno de los deberes de tía que nunca había cumplido. El menor de mis sobrinos en edad escolar, Tomi, salía de palomita.

En mitad del himno nacional me di cuenta de que debería haber llevado la cámara de fotos.

Aunque si yo fuera mi sobrinito, no me simpatizaría verme, en el futuro, vestido de palomita.

Y como si la cercanía no fuera poco, el cambio de huso horario nos ha emparentado aun más con nuestros hermanos trasandinos.

En este momento, son cuarto pa’ las dos y estamos por comer harto al almuerzo hasta quedar guatones. A la tarde, a la hora de once , vamos a visitar a la guagua nueva de mi hermana. Seguro que está con toda la parentela. Ojala no estén la Sole y su pololo, que se creen el hoyo del queque...

Ayer asistimos a la única boda real del año.
¿Será que estas bodas son las únicas bodas reales? ¿Y que las de los comunes, las de los plebeyos, son sólo montajes?

Cuando era chica, me gustaban los cumpleaños porque sobraba comida.

Ahora no sé por qué me gustan. Debe ser porque por un día se puede exhibir cara de idiota con total impunidad.

Sí, hoy cumplo años.

¿Por qué desaparecieron las ballenitas y con ellas, sus vendedores?

Mucho Greenpeace, mucho Greenpeace pero nunca vi una remera de “Salven a las ballenitas�. Una injusticia.

El sábado pasado Juan Manuel Márquez retuvo sus títulos pluma de la AMB y la FIB. Se enfrentó a Manny Paquiao.

Marquez logró recuperarse de sus tres caídas en el primer round. Luego de su triple visita a la lona, sostuvo la pelea con experiencia y maña de campeón.

Pacquiao, el retador, le lastimó la nariz al azteca. Con su aspecto de pegador soportó cada contragolpe del mexicano. Pacquiao estuvo a segundos de convertirse en noqueador, pero Márquez se levantó de manera hollywoodense.

Pacquiao aguantó: es un peleador más guapo que técnico. Por momentos parecía más mexicano que su rival.

Márquez merecía claramente la victoria por puntos. Pudo revertir la desventaja de las caídas.
La pelea fue empate, en fallo dividido y confuso. Los jueces de Nevada poseen y disponen de su propia justicia.

Al final de la contienda y luego de conocer las tarjetas, cada uno hizo declaraciones. Pacquiao alegó que él era el ganador y sus afirmaciones fueron traducidas al inglés de manera prolija y occidental. Habló en un idioma austero, plagado de pes y de aes, poco musical y ríspido. Una lengua lejana, con escaso aliento y palabras como exhalaciones. Un habla repleta de explosiones y zarpazos.

Manny Pacquiao derribó tres veces a su contendiente. En un instante se vio doblemente campeón. En la vigilia obligada del boxeador debe haber desmenuzado la pelea. Debe haber buscado el mecanismo del milagro que llevó a Márquez a incorporarse. A la noche, cuando el ojo derecho perdió su rasgo y se cerró, él siguió despierto.


Esa noche, meditó y repasó el combate. Eran pensamientos con pes y aes, ásperos, dolorosos, en un extraño dialecto asiático. Pensamientos con ruido de derrota y caída. Reflexiones que suenan hueco como los guantes de Márquez. Sus pensamientos eran más golpes de puño.

No soy yo. Ni vos sos el mismo. Nada es igual. No es tu escenario. Este no es tu espacio. Nadie: no te busco porque no estás. Ya no somos los mismos. Nunca es tarde. Ya no extraño. Ni estoy. Nada te pido. Nada, nada queda.

Una vez pagué la entrada de la cancha con 20 lecop falsos. Durante el primer tiempo, experimenté mucha culpa. En el segundo, mitigué el remordimiento con la emoción del partido. Nos tenían en un arco.

Terminado el segundo tiempo –y habiendo perdido 1 a 0- la culpa puf se esfumó.

En el instante que Pascual Mastelloneaceptó prestarle la quinta al Diego, nunca pensó que iba a sentirse un gil de lechería.

Desde chica me gusta a oscuridad. No era entonces el ámbito de mis miedos infantiles.

Hoy la oscuridad sigue siendo tan amigable como antes. A veces se deja iluminar por la música y golpear por los ruidos.

La tiniebla de mi habitación, un fragmento de noche hecho por mí. Donde la claridad es solamente un antojo.

La oscuridad me esconde y me hace desaparecer. Una guarida opaca y calentita donde boceto los sueños más monstruosos y las pesadillas más dulces.

Un cúmulo de sombras me deja ser de cristal, invisible. Toma el color de las vísceras.

La penumbra mía es una simulación de la nada, lo más parecido a ella.

En mi cuarto oscuro soy chica otra vez. Vuelvo a ser embrión. Me contiene y envuelve en una negrura espesa y pesada.

En su viscosidad hay una llave de luz que fluoresce.