A ella el llanto le deja los ojos grandes y verdes. Por eso los lunes se enfunda en anteojos de sol. “El sol de los lunes es escenografÃaâ€�, piensa.
En el ascensor pierde el anillo que usa en el meñique. Siempre le quedó grande o, tal vez, su dedo es muy pequeño. El anillo se encaja en una de las ranuras del piso de goma del ascensor. En un pequeño futuro, lo encontrará el encargado del edificio. Todas las pérdidas son metamorfosis.
Las pequeñeces le duplican los dÃas. Cada una de las nimiedades se escribe de manera simple como los acontecimientos que llenan páginas y páginas del Olé.
Para no embarcarse en cavilaciones inútiles, tiene un ejercicio: imagina su rutina escrita en perfecta caligrafÃa. Visualiza y repasa cada una de las letras, las borra, las manuscribe. Esta mañana ese es su pasatiempo.
Otro entretenimiento es buscar transeúntes con ciertas particularidades. El lunes pasado reparó en los relojes de los hombres de entre treinta y cuarenta años. El miércoles observó a cada una de las mujeres de rojo. El jueves buscó niños con sandalias. Y asÃ. Detenerse en estos recreos mentales la llevan continuamente a perder cosas o a olvidarlas en los taxis.
Esta mañana garabatea su rutina mientras camina. Marcha detrás de un hombre joven, muy bajo y bien vestido. Se parece a alguien pero no recuerda a quién. Usa el corte de pelo de alguien que conoce. Avanza observando la nuca del hombrecito hasta que llega.
“Te queda bien el pelo atado�, le dice el chico del mostrador.