Nunca tuve demasiadas motivaciones religiosas ni me atormentó mucho la cosa mÃstica. Creo que por una cuestión de snobismo -
si todos lo hacen, por qué yo no - comencé a escorchar con ir a catequesis.
Como cuando era chica estaba más al pedo que ahora, a los once empecé a ir los sábados a la tarde a catecismo.
En la tercera clase aparece en escena una catequista adolescente de dieciséis o diecisiete años. El Tema: mandamientos. La muchachita catequista escribió sobre el pizarrón cada uno de los puntos del decálogo,
1°- amar a dios sobre todas las cosas, etc... La niña concluyó la lista sagrada. HabÃa cometido unas cuantas faltas de ortografÃa, imperdonables todas por Dios o por cualquiera:
- Se habÃa tragado como tres eses;
- Segundo mandamiento: “No tomarás el santo nombre de Dios en
bano�;
- Octavo mandamiento: “No
urtarás�
Yo era tÃmida, muy tÃmida, pero no querÃa que se cometiera ningún otro atropello lingüÃstico, y le advertÃ: “ disculpame, pero
vano es con ve y
hurtarás es con hacheâ€�. La tiernÃsima catequista me agradeció entre dientes, se sonrojó, tartamudeó e, incómoda, corrigió sus faltas. En ese momento protagonizamos un duelo de preceptos:
los divinos vs. los gramaticales del cual ambas salimos victoriosas.
¿ Por qué ambas? Luego de aquella clase, llegué a casa y le comenté a mi vieja:
Yo. -Mamá, no quiero ir más a catecismo...
Mamá. -¿Por..?
Yo. - Me aburro y la catequista tiene errores de ortografÃa...
Mamá. - Bueno, no vayás más.
Yo también corregà mi curiosidad por la religión y no fui más.
La ortografÃa fue, entre otros, uno de los dioses paganos que me alejó de la fe.