Cuando subo a un colectivo, me gusta sentarme en el segundo asiento de la izquierda para verme en los espejos. Oh, gran desilusión cuando en el micro semilleno (o semivacÃo, según el estado de ánimo) descubro que
ese lugar está ocupado.
Un instante antes de subir me esperanzo. Luego, la ilusión se desmorona y me desengaño. Finalmente, me olvido.
Eso acaba de ocurrirme. En un segundo, por casualidad, advertà que la butaca ya habÃa sido conquistada. Que otro pasajero se miraba en el espejo, de reojo y sin ansias. Que ese otro hasta reniega del lugar por estar demasiado adelante. Que la misma persona, para hacer tiempo, tomó el colectivo para dar la vuelta y bajarse donde subió.
Y yo me quedo sin espejo, hasta que vuelva a funcionar el mecanismo esperanza-desengaño-olvido.